La oportunidad que nos dan las
redes sociales de emitir nuestra opinión conlleva también la responsabilidad de
ser congruente en el mundo real, no solo en el virtual, de nuestros actos y
opiniones. Pero esto es más difícil hacerlo que decirlo.
Tengo muchos
años opinando en internet, como decía, es fácil escribir tras la pantalla,
asomarse al mundo, medio ver las situaciones en otros países, dar like o
deslizar el dedo hacia abajo, descartando realidades. Todos estos años he
avistado guerras, homicidios, feminicidios, maltratos, cambios políticos,
movimientos culturales y sociales efímeros, personajes hechos de la nada y
desvanecidos en días. He formado, reformado y malformado mis opiniones y pensamientos,
me han perseguido fake news en las pesadillas, he anhelado mover masas, he
querido cerrar para siempre mis redes desesperada por la alienación de la sociedad.
Pero el pasado 7 de marzo decidí, ahora si, asistir en persona a un evento
convocado por el Instituto Municipal de las Mujeres, un taller sobre el uso de
la copa menstrual. Suponía que sería una plática técnica e informativa. Fui de
las primeras en llegar, después fueron llegando poco a poco mujeres de todas
las edades. Tenía muchísimo tiempo sin estar en presencia de muchas personas,
menos mujeres, desde que era estudiante de enfermería. El taller consistió en
un par de horas amenas, informativas, sorpresivas y emocionales, donde me sentí
completamente feliz de estar en presencia (con la pura presencia me bastó) de
mujeres ocupadas y preocupadas por sus cuerpos y procesos biológicos. Que van
unidos a sus procesos emocionales y hormonales, y los aceptan y abrazan sin ningún
recato. Las sentí y me sentí libre de expresar cualquier duda y comentario.
Parece poco pero
para mi no lo fue, por que tenía días con dificultad para dormir pensando en la
marcha del dia 8. Cuando vi la convocatoria semanas atrás decidí que esta vez asistiría.
Suelo ser indecisa y postergo o huyo de las obligaciones u oportunidades de reunión
de cualquier tipo, pero es un propósito volver a ser el ser social que fui hace
tiempo, con las mejoras que, con la edad he obtenido. Entonces, vi la
convocatoria de la marcha, decidí ir pero tenía miedo, cada dia, leyendo sobre la violencia
contra las mujeres, el rechazo casi generalizado en mi feed hacia las mujeres
que alzan la voz, que pintan muros o monumentos, que destrozan calles, que
pintan o desnudan sus pechos, que prenden fuego en nombre de su hartazgo me
daba tristeza, y a la vez no sabía si tenía la fuerza y voluntad suficiente
para acompañar la valentía de esas mujeres, pero estar en el taller me ayudó a fortalecer mi voluntad.
Varias noches se me escapaba el sueño
pensando en las represalias, en terminar presa, en que en serio echaran ácido,
en que un montón de hombres dispararan, que la policía reprimiera, que
resultara quemada o lastimada por las mismas compañeras. En serio esos eran
pensamientos que cruzaron mi mente.
Mi hija de nueve quería acompañarme,
primero pensé que si, luego decidí que no, que no quería arriesgarla, que
tampoco quería que cuando creciera se deformara su recuerdo creyendo que yo la
obligue a marchar. En fin, pensamientos absurdos que trae el insomnio.
Llegó el 8 de marzo.
Esa
noche de nuevo no podía conciliar el sueño pero esta vez por la expectativa, la
convocatoria decía que nueve mil asistirían. Me parecían pocas y me daba miedo
que no asistieran.
Ya
había leído suficientes testimonios, noticias, tendederos e hilos. No me cabía
duda que tenia que ir. Tengo una hija. Madre, hermanas, sobrinas, sobrinas
nietas. Amigas, conocidas, mujeres que me inspiran. Pero cuando me incorporé a
la marcha no lo hice por ninguna de ellas. Lo hice por mi, por Isela a los 18
años. Nunca nadie pidió justicia por mí. Nadie alzó la voz, nadie rompió nada,
nadie quemó nada. Ni siquiera yo. He llorado ya más de una década por esa mujer
que vive en mí. Una joven a quien se le acabó el mundo en un par de horas. Una mujer
que tuvo que aprender a dormir de nuevo, a confiar, a amar, a creer, a vivir. Y
me ha tomado muchísimos años. No puedo decir con veracidad que no morí, porque
en realidad aunque mi cuerpo siguió andando, mi corazón latiendo, mi configuración
emocional y mis pensamientos si fueron otros. La Isela de antes murió a manos
del hombre que la hirió. Y no obtuve nada de justicia sino puras injurias, me
entregaron toda la culpa y he cargado con ella desde entonces. Todo el miedo,
asco, terror, dolor y tristeza han sido un castigo y lo he vivido a veces con rebeldía,
a veces con sumisión. Pero necesitaba una catarsis, una redención, y eso fue mi
marcha del domingo. No podía gritar mucho porque todo se me atoró en un nudo en
la garganta. Pero vaya que sentí un poco de libertad, amor, perdón y abrazo de
todas las que si gritaban con furia, con ímpetu y fuerza. Todo lo que
necesitaba.
Caminé, marché por mi, pedí
justicia, pedí que voltearan a vernos, que dejaran de juzgarnos. Pedí ayuda,
pedí acciones. Entré a la marcha y me invadió una energía indescriptible, un
mar que me calmó en medio de los gritos, era la compañía de todas las que como
yo, como todas las que han muerto, las que quedaron huérfanas, las que se
quedaron solas sin sus amigas, sin sus hermanas, sin sus tías y sobrinas, una
compañía dolorosa, pero amorosísima también, y en todos estos años jamás me sentí
comprendida, ni en una terapia, ni en una iglesia, quizá solo en los brazos de
mi madre, quizá solo ella y las que marcharon a un lado mío, que ni me conocían,
saben lo que he sufrido y cargado todos estos años.
Así
que me siento agradecida y honrada de haber asistido. Feliz de saberme
acompañada y arropada. Que mi duelo y luto por esa Isela que fui y que jamás jamás
podrá volver a ser por fin empieza a pasar de fase. Es como si pudiera ya
llevarle flores a su tumba, dar la vuelta y ahora si, seguir con mi vida.