10.8.13

Primera entrega: José Carlos Becerra Ramos


Para la vida.
Mi destino te busca. Soy la fecha que el mar
Todavía no ha escrito.
Esa brisa es lo que sueñan los árboles.
En las sienes la mano recuerda el horizonte.
En los labios
La voz se agita como una bandera
Y en algún sitio del pecho aún responde el poniente.
Mi destino te busca.
En mis ojos el tiempo numera las miradas.
Se coleccionan los antes, no hasta decir mañana
Sin el pecho partido por la noche.
La ciudad se ciñe el anochecer como una corona.
Arderé como la invención de la tarde,
Como el bosque que se ha puesto a pensar en la lluvia,
Como la sonrisa que toma forma de anillo
Y rueda de una mano silenciosa.
Destino. Palabra que el fondo del río saca como un pez,
Como una mejilla donde la corriente puede llorar
Sin que lo noten las orillas.
Destino. En un pecho la luna boga desvelada
Por la razón más fría.
Destino. A ciegas la luz vela
Y unos ojos se abren para siempre.
Escucha esa mirada
Que al destino penetra hasta irradiarlo.
Día por venir,
Por tocar nuestros ojos con unos ojos de viento.
Soplo de mar a bordo de la tierra;
Paisaje de unas velas y de un mástil
En una voz ligera como la espuma o la sonrisa.
Hablo del corazón, frente a la muerte.
Hablo diciendo sueño, sueño, altamar, fumarola.
Hablo diciendo todos;
En el árbol, como un labio de tierra y otro de noche,
Con un corazón de polvo y otro de carta.
Hablo para la vida que ha besado su muerte,
Hablo para la muerte
Que la vida contempla alejándose.
El tiempo. En el pecho su transcurso se ahonda como un río
Que ha oído hablar del mar.
Día por venir, por sentarse a nuestra mesa,
Día con cuello de nubes.
Sopla la brisa,
La tierra puede ser el barco que necesitamos.
Cosas dispuestas
Cada palabra es un sitio para mirarte,
Cada palabra es una boca para acercarme a ti,
El otro modo de tomarte por la cintura o por el mundo
Cuando tu mirada y el atardecer son la misma persona.
Cada palabra es una lámpara encendida
Para verte cuando tú no estás.
Cada palabra te revelará la otra palabra,
El silencio que vas conociendo, el silencio transparente de los amantes
El silencio que se parece al calor de mi mano posada en tu cuerpo
El silencio donde mis besos sacuden la estatura que vacila dentro de tu alma.
Pero cada silencio nos llevará a la palabra que nos refleja,
Pero cada palabra es el otro reflejo,
El otro modo de tomarte por la cintura o por el sueño,
Por la noche que velan tus fantasmas.
Así sostendré algo tuyo en el mundo,
Así cada palabra quedará marcada para siempre.
Tu rostro se borra.
La luna es una forma de haber amado.
La noche descuella como un astro hundido,
Como un cuerpo que ha perdido su desnudez para siempre.
Recuerda la habitación en penumbras,
Recuerda la primera cita y atestigua esta puesta de sol,
Porque tuya es la inclinación de mi frente.
Y en mi toma cuerpo tu soledad,
En tu mirada ausente se deshacen los astros y las encrucijadas del verano.
Porque tuyo es el panorama que contemplo: ciudad de a excoriación y la ceniza,
Reunión de cuerpos donde la destrucción se yergue.
Te vas extinguiendo en mi pecho con la misma soltura con que amanece.
Vuela un ave al final de mis ojos,
Tu ausencia se retira de mis actos como si nuevamente
Te marcharas.
Pero recuérdalo todo,
Por que la luna es la boca silenciosa de la noche dormida,
La caricia intentada por los muertos.
Recuérdalo todo.
La luna es una forma de haber amado.
El otoño recorre las islas.
A veces tu ausencia forma parte de mi mirada,
Mis manos contienen la lejanía de las tuyas
Y el otoño es la única postura que mi frente puede tomar para pensar en ti.
A veces te descubro en el rostro que no tuviste y en la aparición que no merecías
A veces es una calle al anochecer donde no habremos ya de volver a citarnos,
Mientras el tiempo transcurre entre un movimiento de mi corazón y un movimiento de la noche.
A veces tu ausencia aparece lentamente en mi sonrisa igual que una mancha de aceite en el agua,
Y es la hora de encender ciertas luces
Y caminar por la cada
Evitando el estallido de ciertos rincones.
En tus ojos hay barcas amarradas, pero yo ya no habré de soltarlas,
En tu pecho hubo tardes que al final del verano
Todavía miré encenderse.
Y éstas son aún mis reuniones contigo,
El deshielo que en la noche
Deshace tu máscara y la pierde.

Blues

No era necesaria una nueva acometida de la soledad
Para que lo supiera.
Navegaba la mar por un rumbo desconocido para mis manos.
Donde el amor moró y tuvo reino
Queda ya sólo un muro que avasalla la hierba.
Queda una hoja de papel no en blanco
Donde está anocheciendo.
Donde goteaba luceros una noche
Sobre unos hombros limpios como verdad mostrada,
Sólo queda una brisa sin destino.
Donde una mujer fundara un beso,
Sólo árboles postrados al invierno.
Y no era necesario decirlo.
El corazón sin que sea una lágrima
Puede sombrear las mejillas.
La ventana da a la tristeza.
Apoyo los codos en el pasado y, sin mirar, tu ausencia
Me penetra en el pecho para lamer mi corazón.
El aire es una mano que está hojeando mi frente.
Mi frente donde la luna es una inscripción,
Una voz esculpiendo su olvido.
Como humo la luna se levanta
De entre las ruinas del atardecer.
Es muy temprano en ese azul sin rostro.
No era necesario enturbiar la soledad
Con el polvo de un beso disuelto.
No era necesario
Memorizar la noche en una lágrima.
Labios sobrecogidos de olvido,
Pulsaciones de un oleaje de mar ya retirándose,
Ruido de nubes que el otoño piensa.
Hay lápices en forma de tiempo, vasos de agua
Donde el anochecer flora en silencio.
Hay la rama de un árbol como un brazo esculpido
Por algún abandono.
Hay miradas y cartas donde la noche
Puso en marcha al vació,
A las frentes que extinguen su remoto color
Sobre las letras que enlazan señales de viaje.
Aquí esta la tarde.
Puede enrolarse en ella quien esté enamorado.
Aquí esta la tarde para designar una ausencia.
Suena en mi pecho el mundo
Como un árbol ganado por el viento.
No era necesaria la tarde, tampoco este cigarro cuyo humo
Puede ser otra mano evaporándose.
Invernara la noche en mi pecho.
No era necesario saberlo.
No tiene importancia.
Espero una carta todavía no escrita
Donde el olvido me nombre su heredero.
Para la ausencia
Hemos abierto los ojos.
La palabra le da de comer al enigma.
El enigma le da de comer a nuestros ojos.
Nos hemos incorporado.
La frente a perdido su temblor nocturno,
Su palidez suscita sombras.
La frente, allí donde hubo ondas como en el agua
Cuando cae un guijarro.
(pero no hay arrugas ahora
Que indiquen la caída de un cuerpo.)
Estamos despiertos.
Pertenecemos a la voz que no volverá a nombrarnos
Al epitafio que no hicimos,
Al pecho que la noche de otoño dardeó con su brillo.
Hemos abierto nuestra altura,
Nuestra altura profunda como la muerte.
La Venta
En Tabasco, casi en la desembocadura del río Tonalá, existe un lugar llamado La Venta, donde fueron encontrados los restos de altares y las cabezas monumentales de una antiquísima cultura de raíz olmeca. Resulta inquietante que en sitio tan terriblemente inhóspito —especie de isla cercada de marisma— se hayan encontrado estos restos monumentales de roca basáltica. Es inexplicable el acarreo desde las estribaciones de la Sierra Madre del Sur —sitios donde esta roca se produce, y que sí ofrecían magníficas condiciones para vivir— de esas toneladas monolíticas de basalto por selvas y pantanos, y el porqué fueron labradas y erguidas en lugar tan extraño.
I have heard Laughter in the noises of beasts that make strange noises.
T.S. Eliot
I
Era de noche cuando el mar se borró de los rostros de los náufragos como una expresión sagrada.
Era de noche cuando la espuma se alejó de la tierra como una palabra todavía no dicha por nadie.
Era la noche
y la tierra era el náufrago mayor entre todos aquellos hombres,
todos aquéllos era la tierra
como un artificio de las aguas.
Y ahora, en los sitios no determinados ya por la razón,
en la plaza interior de la Plaza Pública,
la brisa parece procrear ese lejano olor
de animales y prisioneros flechados o ya dispuestos en las lanzas
o conducidos a la presencia de la mano que ordena y señala, sostenida por sus anillos y pulseras,
desde los sitios básicos del poder: necesidad y crimen.
¿En dónde están los hombres que dieron este grito de batalla y este grito de sueño?
¿Dónde están aquellos que condujeron la palabra
y fueron llevados por ella al sitio de la oración y a la materia del silencio?
Carencia fluctuando entre la piedra y la mano que va a producir en ella la sospecha de su alma;
habitante sombrío enmudecido bajo tus obras, condúceme al himno disperso que flota ceniciento entre la podredumbre de las hojas.
Unta cada palabra mía con cada silencio tuyo, mas no nos ciegue el chispazo de este mutuo lenguaje,
para que así los muertos asomen la mirada entre las brasas de lo dicho
y la frase se encorve por el peso del tiempo.
II
Jugó la selva con el mar como un cachorro con su madre,
bostezó el día entre los senos de la noche,
en su acción de posarse buscó alimento la palabra,
sonó el acto en su propio vacío
como una dolorosa constancia de fuerza que el sueño del hombre no pudo medir.
Ahora juega la tarde un momento con los islotes de jacintos antes de abandonarlos
y el aire es todavía un venado asustado.
El sol es una mirada que se va devorando a sí misma,
todo jadea de un sitio a otro
y la hojarasca cruje en el corazón de aquel que al caminar la va pisando.
Un pez está inmóvil bajo el peso de su respiración,
bajo la dura luz poniente fluyen las grandes aguas color chocolate,
sobre un tronco caído, una iguana
fluye succionada por otro tiempo, pero está inmóvil, no hay fuga en sus ojos más fijos que la profundida del mar,
y el movimiento que la rodea es lo que petrifica sus señales.
La tempestad pesa como un dios que va haciéndose visible,
una bandada de truenos cruza el cielo,
la luz se está pudriendo; ya no quedan designios,
nadie escucha en la piedra los sonidos humanos donde la piedra ganó raíz de carne,
nadie se desgarra con esa soberbia del mineral que tiene a la memoria cogida por el cuello.
Todo parece dormir igual que un dios que se torna de nuevo visible
detrás de este tiempo, donde ahora se balancean y crujen
las ramas de los árboles.
Herid la verdad, buscad en vuestra saliva la causa de aquél y de este silencio,
pulid esta soberbia con vuestros propios dientes;
de nuevo la lanza en la mano del joven,
de nuevo la arcilla bajo la instrucción de la mano volviéndose al sueño y al uso del sueño,
de nuevo la escultura bebiéndose el alma,
de nuevo la doncella acariciada por la mano del anciano sacerdote,
de nuevo las frases de triunfo en los labios del vencedor
y en su voz el estremecimiento de su codicia y sobre sus hombros el manto de su raza.
Pero ya nada responde.
La selva transcurre vendada de lluvia,
todo yace enterrado en las grandes cabezas de piedra,
todo yace ubicado en el ciego peso de la piedra;
en ese rostro congestionado de feroz ironía, en el fondo de ese rostro
de donde parece surgir, igual que una burbuja de aire de otro que respira allá dentro,
esa sonrisa que sube a viajar quién sabe hacia dónde
entre el negror de los labios…
Todo está igual que el primer día sin embargo;
la selva lo acecha todo, su velocidad tiene forma de pozo,
hay muertes en espiral abasteciendo su mesa.
Todo está igual que el primer día sin embargo,
la flor del maculí como una boca violenta y roja suspendida en el aire caliente,
la ceiba enorme atrapada por la fijeza de su fuerza,
y por las noches, entre el zumbido de los insectos, el olor dulzón y tibio de los racimos de flores del jobo,
y entre las ramas de los polvorientos arbustos, el olor lejano del hueledenoche.
Pero todo está detenido,
todo está detenido entre el vaho poderoso del pantano
y las cabezas de piedra de los hombres y dioses abandonados.
Pero nada está detenido,
todo está deslizándose entre el vaho poderoso del pantano
y las cabezas de piedra de los hombres y dioses abandonados.
Ciudad desordenada por la selva;
la serpiente rodeando su ración de muerte nocturna,
el paso del jaguar sobre la hojarasca,
el crujido, el temblor, el animal manchado por la muerte,
la angustia del mono cuyo grito se petrifica en nuestro corazón
como una turbia estatua que ya no habrá de abandonarnos nunca.
¿Quién escucha ese sueño por las hendiduras de sus propios muertos?
La fuerza de la lluvia parece crecer de esas piedras, de allí parece la noche levantar el rostro salpicado de criaturas invisibles,
de ese sitio que ha retornado al tiempo vegetal, al ir y venir de la hierba.
Nada descansa pero todo duerme; lo que se pudre, inventa.
Esta doncella aún no concedida al placer,
aquellos ojos seniles que ruedan en su propia fijeza, a semejanza de un desterrado de sus recuerdos;
los consejeros del rey, los vencedores del tiburón,
los que sujetando al vencido con una soga al cuello, posaron sentados bajo el friso de los altares de piedra,
asentando sus cuerpos rechonchos en el interior de una concha de poder.
Nube de tábanos y de grandes y gordas moscas de alas azules rezumbando sobre la cabeza del predicador, sobre la boca del poeta,
sobre el manto estriado por la sangre de los esclavos;
una corona de tábanos y moscas sobre el nombramiento del mundo.
Todo duerme, todo se nutre de su propio abandono,
en el centro de la inmovilidad reside el verdadero movimiento.
El poder de la selva y el poder de la lluvia,
la garra del inmenso verano posada sobre el pecho de la tierra,
el pantano como una bestia dormida en los alrededores del sol;
todo come aquí su tajo de destrucción y delirio,
la luz se hace negra al quemarse a sí misma,
el cielo responde roncamente, el rayo cae como todo ángel vencido.
Mirad las cabezas de piedra bajo la lluvia
o bajo el hacha deslumbrante del sol como un verdugo embozado en oro.
Mirad los rostros de piedra en el campamento de la noche,
en la descomposición de la gloria, en la soledad de la primera pregunta y en su retorno después de la segunda.
Mirad las cabezas de piedra,
máscaras que ocultan su clave divina, su organismo atajado por el silencio.
Mirad los rostros de piedra junto a la boca impía del pantano.
Aquí están,
aquí donde no representan ni señalan.
Aquí los triunfadores y los esclavos y el gemido del anciano y la primera sangre de la doncella
están ya confundidos en una sola masa, en un solo bocado que mastica la piedra indefinidamente.
Piedra caída en el agujero del sueño no por su propio peso
sino por el peso que la realidad obtuvo del sueño.
¿Cuándo hizo la vida ese gesto poderoso?
¿De quién fue esa boca a cuya sonrisa una araña se mezcla minuciosamente?
¿Ante quién hizo la vida esta mirada hoy muerta? ¿Qué ojos humanos la llevaron a término?
Éste es el rostro, éste es el cuerpo,
la carne que se hizo piedra para que la piedra tuviera un espejo de carne.
Animada por un soplo de piedra, la imagen de la piedra le dio nuevo peso a la carne;
y ahí se oye el peso de otro silencio y el peso de otra imagen en la actitud inmóvil del caimán;
aquí está la piedra despuntando en la carne,
aquí está la muerte eructando la piedra mientras hace la digestión de la imagen.
La piedra, la piedra, la piedra,
la piedra siempre agazapada
al final de todos los gestos de la carne del hombre.
III
Rompe el porvenir sus diques de estatuas,
lama que se extiende como un hormiguero verdinegro sobre la sapiencia de los altares devastados,
en el salitre de los muros derruidos aparecen la sombra y el olor de la bestia,
entre el cieno de las inundaciones
los pejelagartos vuelven estúpidamente la cabeza hacia la eternidad
y comen bajo el brillo del sol en sus costados negros.
Nadie pasa, nadie sigue adelante en el reino de tanto movimiento, en la basura de tanta vida, e la creación de tanta muerte.
Dioses dispersos entre las altas yerbas,
restos divinos de un festín humano bajo las hojas enormes del quequeste.
Ya no quedan palabras ni flechas ni la percusión de la maderas,
ni llamados de caracol ni brillo de puntas de lanzas,
sólo estas cabezas como flores monstruosas, erupciones
oscuras y apagadas.
Ahora la verdad aparece con el zopilote,
sus alas negras baten como una lengua negra sobre el silencio de las cabezas de piedra,
y en el ruido de ese aleteo
aparece el nuevo lenguaje,
las frases de la carroña al quitarse su máscara de esclava.
Llueve
y la lluvia es el mito sangrante y blanco de todos los dioses muertos.
El agua escurre sobre las negras cabezas como una palabra perdida de lo que dice,
y después de la lluvia
los pájaros caminan otra vez por el cielo como vigías olvidados,
mientras se abren las puertas del amanecer
con un rechinar de goznes enmohecidos.
IV
Se abre la noche como un gran libro sobre el mar.
Esta noche
las olas frotan suavemente su lomo contra la playa
igual que una manada de bestias todavía puras.
Se abre la noche como un gran libro ilegible sobre la selva.
Los hombres muertos caminan esparcidos en los hombres vivos,
los hombres vivos sueñan apoyando las sienes en los hombres muertos
y el sueño contamina de piedra a sus imágenes.
Se abre la noche sobre ustedes, cabezas de piedra que duermen como una advertencia.
Se detiene la luna sobre el pantano,
gimen los monos.
Allá, a lo lejos, el mar merodea en su destierro, esperando la hora
de su invencible tarea.
Cercanías del mundo
yo amo en tu corazón esa caída de hojas cuando el otoño te deslumbra
y las primeras cosas del aire
libertan tus ojos de la primera ausencia,
yo amo tus ruinas y tu resplandor,
tu sol de pechos
y la noche en tu como una vocación del alma,
cuando estás en algún sitio de lo que en tus ojos comienza,
cuando elevas el crepúsculo con tu pequeña manera de lágrimas,
cuando sientes el temporal que hay en la mano oscura con que te desvisto,
cuando tiemblas al paso de mis labios,
cuando canturreas entre seria y burlona,
cuando me vinculas con las aguas que hacen nudo en tu pecho,
entonces o casi nunca,
entonces si es que te amo quiero este mundo,
esta corteza de manos gastadas y transiciones enfermas,
esta brusca esperanza,
esta sórdida mancha de miel…
entonces te amo,
Paisaje en desnudo desnudo de mujer, senos que no están ciegos y conocen las aves, hombros y espalda donde la luz del sol parece estar pensando, vientre cruzado por una secuencia de fugaz infinito. desnudo de mujer, concentración de la tierra y lo humano, estatua de la naturaleza, más blanca que el sollozo de un ángel, más morena que una mañana en la selva, más viva que la sonrisa del sol en la vela de un bote de pescadores, desnudo de mujer, vacilación del ámbar, probidez de la piedra, vellón iluminado por un rayo de luna, por un rayo de carne, muslos separados como terminaciones del anochecer, cita con el origen, vida, potestad de la muerte, humedad de universo, palabra final encontrada, desnudo de mujer, rodillas severas y más llenas de gracia que un hoyuelo en la mejilla, tobillos más dulces que la orilla de un estanque, pies aposentados en su aire como delicias diurnas, desnudo de mujer, cuerpo que está volando sobre sí mismo, piernas como en un recorrido de cantos nupciales, nalgas donde la redondez del mundo cobra sentido, cuerpo que se desata de la noche, cuerpo que se desata de sus astros como una batalla naval, cuerpo que se desata de las leyes que no son azules o rojas, cuerpo donde los marineros en tierra señalan el mar, desnudo cuerpo, cuello, vientre, nalgas, piernas concisas, vivas, entreabiertas, desnudo de su desnudo, desnudo hasta el fondo de sí propio hasta tocar el fondo de sus aguas ocultas, hasta tocar lo ilimitado de sus ríos, desnudo de mujer, arena, rosa, nave de verano, viento…
Forma última El sueño, esa historia sin armas, esa voluntad que es parte de los labios, ese pacto con el corazón más breve de la locura. El sueño, eso que ya no puede ser sagrado, por que no hay nada de sagrado en la noche, por que en el mar el cadáver de Odiseo navega a la deriva, los cabellos revueltos, la mirada usurpada por el agua.
Porque no hay nada de sagrado en el regreso, porque sólo una vez despertamos para mirar el mundo; y tú lo sabes, pero tu mirada sólo es exacta en la noche.
Y yo te acaricio, yo aumento en tu cuerpo la sombra del viaje, tu cabeza echada hacia atrás entra en la órbita fugaz de la sangre, en el espejo roto de sí misma, en su semejanza subterránea con el conocimiento de Dios. La noche colinda con todo lo que tiene fuego, con aquello que besamos con apasionada destrucción, con oscura grandeza.
En tu cuerpo hay cal viva, hay seda que no quiere dormirse, hay cosas valuadas por el mar, y en tu corazón es más poderoso el otoño. Pero no hay nada sagrado en esta noche, en este sueño, en esta última forma de hacerse a la mar. Saldré a la calle, visitaré la locura que ama el azufre, escribiré tu nombre en las plazas vacías, en los púlpitos de las mujeres desnudas. Adivina el retrato, desvanécete bajo los arcos triunfales, incorpora escaleras a tu sapiencia- Ésta ha sido la historia de nuestro regreso.
Cierto paseo.
Bajo los puentes donde las aguas y el tiempo esperan algo, bajo mis soluciones, bajo mis cruces más remotas, en las caminatas que recomienda el delirio, en el paso por una calle, en el paso por una palabra, estoy mirándome, atendiéndome, oyéndome partir. Estoy probando estas armas antiguas, esos mecanismos cubiertos de polvo, trastabillando en mi imagen sagrada, midiéndome el traje de una resurrección que no me facilita vivir, que no cumple mi alma. Cuando el caído de la estrella mira su espejo roto, cuando la mujer se sienta en sus lágrimas como en un medio de transporte, cuando alguien se detiene ante un antiguo dolor y lo oprime contra su pecho como si se tratara de un retrato de la infancia, de una antigua camisa que ya no le viene, cuando decimos cuando y nos ponemos a buscar por el suelo de lo que sentimos, bajo la mesa de lo que adivinamos, y tropezamos con nuestro propio animal, con nuestra propia sombra al borde de una estatua, criatura de infatigable tristeza, de riesgo amoroso. Entonces sacamos las manos de las aguas de esa contemplación. sacamos nuestros residuos de ventaja y adivinanza, hemos resucitado al tercer día de nuestras ausencias, los párpados se abren por el esfuerzo de una mirada o de una lágrima que sale del fondo de los ojos como un desenterrado, como un minero que trae cosas rojas en las manos… Y es la noche, es la mujer de senos acariciados por el oro la que nos sonríe, y nuestros brazos ciñen en ella esa ausencia que no comprendemos, nuestros brazos ciñen en ella ese cuerpo que atisbamos en el fondo del mar, esa antigua cabeza de mujer cuyos largos cabellos van tomando el movimiento y el color de las algas, cierta forma de vida aún no definida, todavía esparcida en lo ajeno a su vegetación. Y arriba, junto a nosotros, flotando en la caricia como en otro movimiento, atravesando nuestras puertas y acechando nuestros ademanes, nuestras palabras de escasa y visible victoria, la sombra de ese cuerpo sin ascensión y sin viaje en nosotros.
Y en la ciudad el invierno se deja crecer el cabello las tardes nubladas se convierten en depósitos de una vagancia por debajo de mis paseos, mis palabras bordean su propia intemperie, el silencio desliza su mano por el cuerpo de mi posible victoria, hay un artificio allí donde me palpo. Y cada noche reanudo el paseo, extraigo los objetos que flotan en la superficie, me mojo las manos por alcanzarlos, y los observo y observo esas aguas, apoyado en el pretil de los puentes que más tarde tal vez tenga que cruzar.
Preparativos para pasar la noche en un espejo I Echa chispas el vino que produce el espejo, y es borrosa la sed. Imagen borrascosa que empaña la superficie dotada de máscara que su dueño volverá contra sí mismo. Fría caparazón de cristal que se resiste al ser pisada por esos pies que van avanzando por la playa. Fría caparazón de cristal que finalmente se vuelve espejo roto, hormiga muerta transportada por otra viva. Entre cortinas y susurros, despojos del cristal reflejante. Entre susurros y gemidos que sostienen la sedería de la carne, aparecen los momentos del río que demuestran el vértigo. La máscara, al reconocerse, ya se ha vuelto contra sí misma. El guerrero, que con la espada en alto sostenía a la mujer, ¿va a titubear? En la intimidación por esta imagen, se recurre a la potencia del círculo inmóvil, desde un mundo de ocelos amarillos, hasta las ruedas de una bicicleta, entre la maleza de un antiguo y abandonado jardín, mientras se escuchan risitas y cuchicheos de una niña. Echa chispas el vino que ocasiona mirarse en el espejo que una mujer representa.
II
Y he aquí el puro deseo sin el curso del cuerpo, por que en la contemplación del otro cuerpo la memoria levantó ese rumor o sitio donde posarse. Son los preparativos para pasar la noche en un espejo, subiendo por esas aguas del río del espejo que no alcanzan aún al mar del espejo, el limbo azul donde los ahogados decían que flotaban mejor. He aquí el puro sueño sin el curso espejeante de la memoria, el reflejo desgarrado por la descomposición inmovilizada por sus propias exigencias. He aquí el aleteo que no halla donde posarse, reducido a su vocación de aleteo. Navegación atroz, el tacto y el gusto están en esos ojos en que los labios se han convertido, gracias a la reducción de que se vale el reflejo, para que la memoria extravíe el sueño que la sostiene. Las aguas arriba no bastan para no poder tocar el mar y sin embargo perderse. El movimiento de las aguas arriba no suspenden, no succionan ni empapan, sino que pesan sin moverse, pesan más todavía al desaparecer, y están ahí, clavadas para enturbiar el reflejo. Sin el curso del cuerpo, el deseo escogerá la tela que la araña combina con el movimiento propio del propio deseo, que es la raíz de su saliva y de todo segregar para armar laberintos.
Boca que habla y traslada sin parar y sin pasar, frente a ese espejo que la transforma en tela de araña que la refleja en saliva de araña que la contiene. Sin el curso del cuerpo, el deseo realiza los preparativos para pasar la noche en un espejo, en cuyas aguas arriba el vacío tendrá en su poder a la creación, al mar que sin golpear existe, al mar que sin mojar abarca, el mar que aparece en los ojos que no ven el cuerpo que desesperadamente necesitan revelar. III Estuche doble en metal dorado, con espejo interior y bordes rojos, donde pueda escucharse la melodía, la forma que la casualidad ennoblece con modos de inspiración variada: al salto de la gacela ensombreciendo la infancia, recuperada a base de no hurtarle el bulto a los muertos. En la duplicidad donde aparece un tercero, juego de clandestinas tiranías. Arcángeles arrancados con todo y raíz de su vuelo, estatuas obstaculizadas por el material de que están hechas, jamás podrán responder a la invitación de las alas. Viviendo la postura de la exhaustividad, manejando con precisión los elementos combinatorios del espejo; la infancia, si, el diálogo de persecuciones y prosecuciones impuras en la bandejas de las invitaciones al jardín abandonado. Aquella niña separando los muslos, para que Dédalo comience la obra que el espejo usará como reducto, entre las altas yerbas, junto a su bicicleta reclinada en un tronco, vendrá cuando el exilio deje la puerta abierta al jaguar que rondaba los alrededores. IV Para embalar la imagen, que tu abandono prosiga. Cuida que los escondrijos de tu espejo no delaten los ojos que, antes que tú, te miran. Déjate continuar por la resistencia de tu rostro empañarse, aguas abajo encontrarás otro espejo. Aguas arriba, Escila y Caribdis le pondrán comillas a tu navegación. Apurarás el agua sobra en el cristal, jugarás a que eres el océano y dejarás que la brújula se mueva en tus palabras como un pequeño y torpe insecto. Así la araña tejerá la imagen que le pondrá ajuar a tu espera, a la ausencia de un cuerpo cuyo peso hará lecho en tu imaginación. Así la telaraña que existe en el fondo de cada espejo atraerá a ese sueño convertido en mosca, vuela frente a tus ojos, revelándote. Te hilarás en los reflejos como quien tiene el hilo de Ariadna en las manos, se moverá el viento allí mismo como encajonado, y siempre será otro el que aparezca, otro el vidrioso, otro el que transparente te prosiga.
V La imaginación no es siempre el más aconsejable espejo donde mirarse, donde cruzar a la otra orilla, y estar al mismo tiempo en el sitio que nos hemos fijado, en la cita puntual con nuestra propia mirada. Colocarnos allí como para aprender nuevo idioma, conversación galante con las aguas del río, vigilando, como sin querer, el momento del salto de la gacela ensombreciendo la infancia. O el salto para escapar, que nos coloca en la lancha que ya despegaba del muelle. El espejo no es siempre la imaginación, pero es un buen camino par salir al encuentro de lo desconocido, o sea es un camino gobernado por el salto intempestivo de la gacela, que vuelve a desaparecer en la maleza. Y no importa si entonces un nuevo personaje aparece en la terraza de lo que hemos dado en llamar la casa abandonada. Lo que llamamos el regreso, puede ser el rumor de la lancha alejándose, después de nuestro salto para colocarnos en ella. Permitir que entonces todo tome su forma antigua, significa terminar, dejando que en nuestra respiración esas puertas-vidrieras se cierren para siempre, y pegado al cristal, con el rostro empañado, el personaje que no habíamos tomado en cuenta, irá perdiendo espacio pero ganado realidad, hasta convertirse en nuestro futuro cadáver.
Ragtime
A Héctor Raúl Valero
Hablar, tal vez hablar en los devoramientos del alba, en las cenizas frías, en las constancias de que no habrá de leer nadie; hablar en el mismo espacio de una voz que no llegó hasta estas palabras, que se perdió en el ruido de una frase como ésta; hablar donde respira aquello que ocultamos, crímenes que cometieron por nosotros los hombres de otra historia, la otra historia de nosotros mismos.
No usurpa la madrugada aquel que roe su amor, aquel que conoce de cerca la risa de la hiena, la cama sin orillas del moribundo, la ratonera donde los aspirantes a reyes colocan su angustia como un pedazo de queso.
He aquí mi parte en este festín de polvo, en ésta llamarada donde me quemo los dedos al escribir dudando de lo que digo, temblando por no hundirme en el sopor de ciertas palabras que me llegan al tiempo.
He aquí mi parte, he aquí mi parte en este esfuerzo por destetarnos de la muerte, por bebernos el agua de otras circunstancias de otra historia donde la ociosidad es bien intencionada.
He aquí mi parte, ahora que la ciudad comienza a hacer hablar sus vertederos, en mi alma se ha echado un animal tranquilo y melancólico. Contadme un poco de mí, quiero aprender a hablar de ustedes. Cada palabra que llega a mis labios le abre la puerta a una frase cubierta de polvo, un mensajero que sin limpiarse las botas el lodo del camino, entra y se sienta a mirarme; cada palabra que llega a mis labios me trae un oscuro mensaje de aquella, la Palabra desconocida y presentida que yo sigo esperando.
Y ahora lo que digo me lleva en sus aguas, me hace girar levemente en un pequeño remolino, el ritmo del azar solventa mis labios, los sonidos empequeñecen allí donde habrán de ponerse de pie, las apariciones atraviesan el patio en silencio. Pero, ¿qué clase de espuma vela sobre mi rostro? Pero, ¿qué clase de espuma vela delicadamente mis argumentos? ¿Qué clase de arcilla pesa sobre mi lengua como una historia muerta en el umbral de su propio veredicto?
El camino de los ríos es ésta manera de mirarnos, de sujetarnos por un momento en los rostros, en el amor, en los nombres, con manos menos hondas que el océano. Y sin embargo, de alguna manera, todos lo sabíamos; el mar abre sus ventanas para que los ahogados se asomen a vernos, y hay tantas caras que nos parecen conocidas agolpándose en los marcos, luchando por mirarnos, por respirar un poco hacia nosotros, que la invención de la noche ya no está en manos de los dioses, sino en las manos unidas de los vivos y los muertos.
Y ya nuestros fantasmas se sientan en los amplios salones del otoño a esperarnos, la noche iza sus velas, y en el puente de mando un extranjero pervierte y hace reír a nuestras madres, a nuestras esposas y a nuestras doncellas.
La sangre huele a la sangre y el viento no pasa dos veces por el mismo árbol, la ciudad florece en sus luces como la herida de un niño, la ceniza del pantano es oro puro. Y el traspié de un borracho en la calle silenciosa y oscura, parte en dos la memoria del escriba; la mano vacila a la luz de esa sangre seca, la exclamación se disuelve en sus puntos suspensivos oscurecen las cosas nombradas y allí mismo la frase rompe sus lazos con lo que solamente basta al lenguaje; ese traspié parte en dos la canción de la mujer que peina su alma antes de entrar al lecho solitario, y parte también el tiempo de la noche como el vaso que cae de la mano de algún niño asustado. Parte en dos la ciudad, parte en dos la frase donde el recuerdo y el acto se alternan brevemente, parte en dos la palabra, y así dividida se refleja en sí misma, parte en dos el esfuerzo de los amantes por tocarse, por alcanzarse, y en esa interrupción tal vez se encuentren.
Parte en dos lo que estaba partido, lo que no podía tocarse por que habíamos olvidado su nombre, su devoción a [sí mismo; parte en dos la ciudad, parte en dos el traspié de otro borracho en otra calle silenciosa y oscura, y un tranvía, con todas las luces encendidas, se detiene vacío junto a nosotros en la esquina, y con señas que bien comprendemos, el conductor nos exige le entreguemos nuestros muertos, ya que sólo él [habrá de conducirlos.
Pero hay algo sin embargo en el lodo y en la mirada de aquel que tortura su lengua describiendo la muerte, hay algo sin embargo en el lodo y en la palabra de aquel que ha escuchado el portazo del vacío, hay algo dulce y obstinado en las oscuras manchas de sal que el amanecer deja en los rostros de los recién llegados a los puertos, hay algo que sobrepasa al recuerdo, hay algo que llega frente a nosotros. No importa si las lágrimas enseñan sus dientes menudos, esa débil mordida en las mejillas es como una palmada en el alma; así bajamos el rostro, nos gustaría detenernos, bajamos la voz por un pozo vacío, y hay un parpadeo de ciudades, un movimiento de vísceras en la energía de aquellos que despiertan sin descifrar sus sueños.
La noche va arrojando sus coronas al mar, y la ciudad, apoyada en sus muros, sentada en el polvo le dictará al escriba, y el traspié de un borracho en una calle silenciosa y oscura, partirá en dos su frase.
Ahora escuchen el paso de las ratas por las leyes, escuchen el paso de las ratas por los estantes de libros, 'por las firmas de los gobernantes, y escuchen también el viaje de los dormidos por sus aguas perdidas.
Mañana diré la palabra que amanece al día siguiente flotando en los estanques. Mañana diré la palabra que lucha en el festín de los animales de invierno.
Relación de los hechos Esta vez volvíamos de noche, los horarios del mar habían guardado sus pájaros y sus anuncios de vidrio, las estaciones cerradas por día libre o día de silencio, los colores que aún pudimos llamar humanos oficiaban en el amanecer como banderas borrosas. Esta vez el barco navegaba en silencio, las espumas parecían orillar a un corazón desgarrado por los hábitos de la noche. Algo teníamos en el tumbo lejano de las olas, en la vaga mencion de la tierra que en la forma de un ave el cielo retuvo un momento en la tarde contra su pecho, algo teníamos en el empuje ahora sosegado, fresco y oscuro de las mareas. Más allá del mensaje radiado por los cabellos de los ahogados, de la mar que deja grises los labios como el dolor inexperto, de las maderas podridas y la sal constituida por el crimen de las aglomeraciones solitarias, del pecho marcado por el hierro del silencio; más allá, el chillido del pájaro marino que demuele la tarde con un picotazo del poniente, la mujer que atraviesa la noche con una inscripción azul en los ojos, el hombre que juega distraído con el amanecer como con un cuchillo filoso y deslumbrante. Sólo el rumor de la brisa entre las cuerdas, la respiración apaciguada de los dormidos como si no descansaran sobre el mar, sino la sombra del hogar terrestre. Sólo el rumor de la brisa entre las cuerdas, el ritmo latente del otoño que se acerca a la tierra para enumerarla.
CAUSAS NOCTURNAS
Sí, muchas veces hablé de ti, acerqué pequeñas formas de arena a tu imagen, contraje con tu ausencia pactos de alianza.
Muchas veces, en sitios olvidados, en sitios de paso, en la alcoba que nos abandona cuando nos creíamos en ella, hablé de ti o pude hablar de ti, le di a mi corazón el movimiento que podría reconstruirte, creí mirar tus ojos como razones de actos nocturnos como fuerzas empleadas para encender la oscuridad y señalarme los sitios donde debía tomarte. ¿En qué rumor de hoteles, en que rumor de voces por los pasillos y silbidos de canciones de moda, se perdían los pasos de tu corazón, el instante probable, aquello que los cuerpos memorizan cuando la sangre intenta el ritmo del infinito? Luego vinieron los actos de otoño eñ viento frío y la lluvia me encerraron