… yo te enseñé a besar con
besos míos
inventados por mí, para tu boca.
-Gabriela Mistral.
Nos conocimos tarde.
No dejamos nada a la casualidad.
Aunque casualmente habías echado a perder tu vida,
y yo la mía, entonces alguien supuso que éramos tal para cual.
Con las vidas desgastadas, pero algunos sueños todavía en el bolsillo.
Y entonces hablamos, yo, como siempre, hablé de más.
Tú como siempre, hablaste lo indispensable.
Llegaste más que puntual, tu voz sonó discorde a tus letras:
faltaba verte, esa foto que había visto era un plano de ti,
me faltaban
dimensiones.
Y llegaste: en medio del barullo familiar noté que si, éramos tal para
cual.
Un detalle de ti, que a nadie se le escaparía, era la pieza perfecta,
encajaba de lleno en mi caos personal.
Y así, esa noche de lluvia perfecta, tuvimos el encuentro más normal;
una noche de rock, cervezas y comida en cualquier lugar de la ciudad.
Muchas avenidas lado a lado,
sin saber los
caminos que nos esperaban.
Esa noche, convencional, nos comportábamos según el guion,
Y en la escena del beso en la acera aposté por la honestidad;
no hubo beso, ni estrechar de manos,
en medio de los vidrios llorosos me puse a llorar mi vida,
y tú, paciente. Sin más.
En contra del pronóstico amaneció soleado,
con una promesa de encontrarnos de nuevo,
y siguiendo un deslave de emociones
tan solo tres atardeceres más, no podía vivir sin ti.
Y entonces llegó:
El beso más dulce, con un ocaso detrás,
inauguró una era en mi soledad.
Desterró miedos, sofocos, llantos, desilusiones.
Borró todo, como si fuera El primero.