17.3.09

Antes de dormir siempre cavilamos.

Tengo casi los veintitrés y desde hace unos años [pocos] no he dejado de pensar en hombres, conocidos, pero sobretodo desconocidos, ideales. Pienso en qué no quiero dedicar mi vida a uno solo, por que no creo en el matrimonio, pero tampoco se me dio ser golfa y mucho menos he contado con la gran suerte de tener los que he querido. Ciertamente mi mundo no se enfoca sólo en ese quienquiera que sea que me haga más feliz que los demás, en los hombres que he conocido y en los que quiero y no conocer, hago y pienso sobre otros asuntos [la mayoría más apasionantes, prácticos y efectivos] pero de cualquier manera no me ha abandonado esa pequeña revolución interior, y no pasará por que desde que nacimos hombres y mujeres estamos destinados a pensar en alguna persona que nos acompañe.
Creo que conforme pasa el tiempo las experiencias y mis reflexiones me van situando en un sitio firme y elijo que clase de hombres quiero en mi vida y cuales no, pero algunas veces mis compañeros reales, los libros, me muestran que no importa cuanto pueda pensar y decidir, la vida jamás es lo que parece. Ya he leído El libro de los amores ridículos de Milán Kundera  unas tres veces, pero es esa clase de lecturas que nos persiguen y nos atacan por la espalda, o nos consuelan, aunque más seguidamente lo primero. Así es éste para mí, siempre me da una puñalada. Leía y esto
“…sí, le daba vergüenza: por que vivir en este mundo tanto tiempo y que a uno le pasen tan pocas cosas es vergonzoso.
¿A qué se refería realmente cuando se decía que le habían pasado tan pocas cosas? ¿Se refería a los viajes, al trabajo, a la actuación pública, al deporte, a las mujeres? Se refería, claro está, a todo eso, pero sobre todo a las mujeres,[…] las mujeres se convirtieron para él en el único criterio adecuado para medir la densidad de su vida.
Pero la mala suerte fue que precisamente lo de las mujeres no funcionaba nada bien: hasta los veinticinco (aunque era guapo) le atenazó el temor; después se enamoró, se casó y se pasó siete años tratando de convencerse de que en una sola mujer se podía encontrar la infinitud del erotismo; después se divorció, la apología de la monogamia (y la ilusión de lo infinito) se difuminó y en su lugar llegaron la audacia y el agradable gusto por las mujeres (por la variada finitud de la cantidad).”
me hizo pensar que aunque sea joven y desee muchos o pocos hombres, no tendré los que quiero por mi poca habilidad para ello, y me da un poco de miedillo que en la mitad de mi vida, cuando ya sea cuarentona o más vieja rememore y sienta que no he vivido casi nada, por que ya lo siento así, desperdicio mucho tiempo [como lo hago ahora] en cosas que no me dejarán un buen sabor de boca ni en el momento próximo, menos en veinte años.
Más me vale irme a Los Mochis para mi cumple como lo deseo, y e mayo irme a Mty con Rome a ver a Calamaro, y en no mucho tiempo darme una escapada al DF; más me vale abrazar a todos los que me gusta abrazar, seguir frente a un auditorio temblando de miedo, sólo quisiera que no se me olvide todo lo que quiero hacer, que mi voluntad no se aguade y llegar a la cima para bajar al otro costado de mi vida y emprender las aventuras que estén en el hemisferio derecho de mi ficción, por que no puedo persistir en ser ese personaje en que los hombres sean el criterio que dicten la densidad de su vida, por lo menos, necesito comenzar a hacer equilibrio entre las cosas que realmente me apasionan.