Tengo miedo. Y al decirlo más brillante se hace la realidad. Un ser de las cosas resplandeciente es lo que me aterra, la claridad de los colores, la exhuberancia de los olores, lo húmedo de la cercanía de los cuerpos, el leve beso del viento veraniego. Es atroz.
Si viviera en la penumbra, a media luz, donde mi ser reposaría a ratos en sombra podría moverme con desenvoltura en el mundo, respirar profundamente.
Estrenar vida es terrible. Así como cuando nuestro cuerpo es pequeño, quizá en nuestra primera vida, nos vemos en la obligación hermosa de tomar una primera bocanada, de lanzar un primer grito, de escuchar el perpetuo ruido del mundo, de sentir todo nuestro cuerpo violentado por abrazos gigantes, besos, mimos y continuamente muecas indescifrables de nuevos seres nos apabullan, así, estrenar vida después del duelo es terrible. Salir a la luz del mundo y reconocer que sentimos mucho más que antes, mientras dormíamos en el útero de nuestro pasado universo. Ahora tengo miedo, de reencontrarme con el tiempo, con las miles de personas que me faltan por conocer, de caminar las calles que ya anduve, tengo miedo de vivir.
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