31.8.07

De todo y nada

Hoy por fin podremos escuchar música más o menos decente. Si, gracias a mí. Entra una pareja de enamorados, ya mayores, y se me antoja que el señor trajera una guayabera en lugar de la camiseta que porta, pero me gusta como se comunican, como parecen tan interesados en su conversación, sin interrumpir el constante encuentro de las miradas, como empuñan los tarros con cerveza con la naturalidad con que se toma un vaso con agua. Los envidio, envidio el grado de intimidad que solo se logra con los años, con el constante dormir al lado del otro, de desayunar en la misma mesa y el compartir el infinito espacio que es la casa. Eso me recuerda que quiero un amor. Ja, yo siempre quiero un amor, como en noviembre, cuando cuando comenzaba el invierno y todo parecía reverdecer en mi alma. Ahora el verano declina como la tarde y quiero un amor. Un verdadero amor dulce y tierno como debe ser, envolvente y abrasador, ruidoso y sedante. Pero quiero que sea como el de los dos que están sentados en la mesa de enfrente, libre y cálido, sereno, verdadero. Estar donde estoy no es tan malo, ni tan bueno. Di la vuelta cuando ya iba a media caída del precipicio, lo triste es el arrepentimiento. Me he adelantado tantas veces al dolor que sufro innecesariamente. Luego, como hoy, ya ni me acuerdo como es ser feliz. He cedido la mayor parte de mi ser y me quedé seca, tal vez lista para el agua verdadera. Llegará pronto, lo sé, pero mientras tanto, la espera se eterniza, el viento sopla acariciante y el tiempo se detiene tanto que casi me sofocan los instantes. Bueno, pero sin dejarnos engañar la vida no es tan solo un cuadro gris. El reencuentro con los amorosos ha sido hermoso. Lucy, Romelia, Nayeli y Víctor me han acompañado y brindado grandes momentos, alegrías sin par recordé la tranquilidad con que uno se mueve en el mundo a veces, cuando es al lado de un amigo. Basta recordar como en el caótico DF nos desplazamos sin temor, en la familiaridad de nuestras risas, de nuestro acento podíamos fácilmente vagar las desconocidas avenidas. Ya he atesorado memorables bohemias en su compañía, claro, siempre haciéndose presente la nostalgia o el deseo del amor, pero acomodándonos siempre en el abrazo de la amistad. He de agradecer también al amoroso Inari, que construyó una nueva ciudad para mí. Hasta aquí algunos hechos Ningún Lector.

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