A propósito del mes de la patria: Zacatecas.

Ya me siento en mi tierra. Sé que nací desterrada a un desierto donde sólo el amor de unas cuantas almas húmedas de bondad que me topé, aliviaron el pesar de nacer y crecer en un esqueleto de ciudad. Un Templo de zal, antigua arena, erigí a mi fortaleza y adorné sus muros con mi infancia. Un odio antiguo existía entre las dunas y yo, una rebelión yacía en el fondo de los terregales cuando nos mirábamos el viento, el calor de Juárez y yo. Finalmente después de revolucionar la muerte, mis cenizas volaron por las sendas hasta cristalizarme y sembrarme en roja tierra. Zacatecas es el vientre donde me estoy desarrollando, es la mina desde donde escucho el atronador latido del corazón de mi madre y los sollozos de mi padre pegado al cristal de la distancia llamándome. Zacatecas es quien parirá mi espíritu. Zacatecas tiene el cielo que ha de descubrir mi mirada, y los huizaches en cada vaina, desarrollan las musas de mis ideas. Zacatecas es el único lugar donde la mirada, el abrazo y la lágrima de mi familia volverán a derramarse sobre mi cabeza. Zacatecas contiene la esencia de quien soy sin haberme dado a luz la primera vez. Zacatecas añejó sus historias y regó sus campos guardando su frescor para engrandecimiento del corazón. Casi inmediato a mi retorno-nacimiento, el manto zacatecano, integrado por sus habitantes nobles, serenos e ingenuos, de sus construcciones inmortales e inquebrantables en el espíritu de la historia, de sus buenos aires y fría lluvia, de sus brumas matinales y su cimbreante cielo, me ha dado la bienvenida en el estallido del amor.