27.6.05

To heaven.

Las peregrinaciones tienen siempre algo de siniestro.
Antes del amanecer sólo se aprecian las siluetas, el contorno de los pecados.
Avanzaba sin ver los pasos que dejaba ni las piedras próximas, mi vista sólo llegaba hasta la leve luz de las miradas, que, de cuando en cuando, volvían sobre las misteriosas formas de los nopales y las fantasmales alcaparras que cercaban el camino. Las voces pobladas de niebla rememoraban rostros, llantos y penas. Asistí a sus murmullos con azoro en los oídos: señalaban a los pecadores que con sus pies descalzos pisaban la senda forrada de espinas, piedras y hormigas, y sumada a semejante muestra de soberbia, su risa agobiaba a quienes regresaban de la misma manera, caminando y no sobre ruedas, sino sobre sus plantas doloridas - Es cómo si no hubieran cumplido la manda- decían – vuelven sobre sus pasos, los recogen. Por la madrugada, cuando recién salí de la alcoba, no sabía a que me enfrentaría, a la mitad de la peregrinación lo entendí: un encuentro con la maldad encarnada, que pasa desapercibida por disfrazarse de religiosidad, de alabanza, de agradecimiento. Era falso: la peregrinación para honrar a San Juan, a Tlaloc o al dios que trajera la lluvia, fue sólo un pretexto para sacar a pasear al rencor, a la envidia. Aunque tal vez no de todos. Ciertamente, también descubrí algunos seres destacaban por tener dolor en su alma, por que su propósito era otro, purgar el espíritu de algún pesar, gastar la culpa al arrastrarla, purificar su mirada hiriéndola con la oscuridad. Esas almas nos guiaban aunque fueran tras nuestras espaldas, su fuerza fue realmente la luz que iluminó el sendero. Lo agradezco, estaba perdida en un camino por el que me deslizaba sin saber, al reconocer el aliento de la podredumbre de almas sentí miedo, sin embargo, a veces se corre con suerte y aparecen quienes aspiran a ser humanos.

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